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Dulces Sueños, Mamá. Una pesadilla que se mete en la piel

El filme es capaz de arrastrar al espectador como una seductora pesadilla, ofreciendo con cadencia y calma las piezas de un rompecabezas que debe ser reconstruido, y cuando todo embona perfectamente, entonces se nos infunden los momentos esenciales para reflexionar sobre las debilidades inherentes en cada familia.

Los ejes fundamentales del filme se estructuran a partir de las contraposiciones. En términos espaciales, se plantean dos telones de fondo que se contraponen. El director de fotografía, Martin Gschlacht (Women Without Men, 2009;Amour fou, 2014), captura el interior de una casa funcionalista con sobrios elementos decorativos y tonalidades claras que chocan dolorosamente con las verdes, amarillas y azules de la vida bucólica del bosque que se encuentra fuera de su puerta principal.

La casa es capaz de mantener el calor del verano en su interior, quizá como metáfora del caos que arderá desde el interior del recinto. Aquí, el terror no tiene nada que ver con el orden de lo natural o la venganza de lo sobrenatural, sino que se produce debido a la intromisión del hombre en un paisaje pastoril y virgen mediante la instauración de la urbanidad (una casa modernista). Franz y Fiala ponen una atención detallada –casi obsesiva– a la composición de los espacios domésticos. Dentro, no hay interferencias significativas de agentes externos, sólo permanecemos observando la gradual degeneración de los vínculos familiares envenenados por los gérmenes de la duda, el resentimiento y la culpa.

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